
Tercer aniversario de la partida del dios que rio, camino, lloró y veces erró, pero siempre del lado correcto de la mecha
El 7 de enero de 1919, comenzó la masacre de obreros que reclamaban por sus derechos.
Memoria09/01/2022«La íntima alegría: no hay olvido para aquellos hechos donde se trató de apagar el Derecho a balazo limpio en vez de aplicar los argumentos de la razón. La Semana Trágica de enero del 19. Otro aniversario más, sí, cuántos años. Cuántos muertos por lo justo. No vamos a discutir ahora si fueron mil o seiscientos los obreros muertos. Lo triste, lo trágico es que se tergiversó todo, se hizo valer como siempre o, como casi siempre, la historia oficial.» Osvaldo Bayer
La empresa Pedro Vasena e Hijos había sido fundada en 1870 por el italiano Pedro Vasena, quien la llevó a ser la más importante del pequeño sector siderúrgico argentino. En 1912 se había transformado en una sociedad anónima con importante participación de capitales ingleses y sede legal en Londres, cambiando su nombre por Argentine Iron & Steel Manufactury formerly Pedro Vasena e Hijos. Al morir Pedro Vasena en 1916, la presidencia de la compañía pasó a su hijo Alfredo, secundado por sus tres hermanos, Emilio, Humberto y Severino. El abogado de la empresa era el senador Leopoldo Melo, un alto dirigente de la Unión Cívica Radical, que también era miembro del directorio. La empresa era la más importante del sector en Argentina y empleaba a unos 2500 trabajadores, incluyendo varios cientos de trabajadoras en un lavadero de lana. Además de la fábrica metalúrgica, la empresa tenía también un lavadero de lana en Barracas, así como dos establecimientos en La Plata y Rosario Se caracterizaba por tener malas condiciones de trabajo, ambientes de trabajo con temperaturas excesivas y sin ventilación, salarios considerablemente por debajo de lo que pagaban otras empresas comparables y jornadas más largas, así como una postura fuertemente antisindical y contraria a la negociación colectiva.
Edificio principal de Pedro Vasena e Hijos, visto desde la calle La Rioja (vías de tranvía) y el pasaje Barcala. Allí se encuentra hoy la plaza Martín Fierro.
El 2 de diciembre la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos declaró la huelga en los Talleres Vasena. El sindicato elaboró un petitorio que fue presentado a la empresa, pero Alfredo Vasena se negó a recibir el petitorio y tratar con la delegación sindical, iniciándose así un juego de desgaste mutuo, en el que la violencia fue creciendo. Los Vasena apostaron a quebrar económicamente a los huelguistas recurriendo a rompehuelgas y civiles armados provistos por la Asociación Nacional del Trabajo, grupo de choque parapolicial creado ese año por el entonces también presidente de la Sociedad Rural Argentina Joaquín de Anchorena para combatir las huelgas mediante la violencia directa. El sindicato, por su parte, apostó a causarle daño económico a la empresa, mediante piquetes que impidieran el transporte de materiales entre los dos principales establecimientos (la fábrica de San Cristóbal y los depósitos de Nueva Pompeya) y disuadir a los rompehuelgas.
El 15 de diciembre se produjo el primer hecho de sangre, cuando el rompehuelgas Pablo Pinciroli disparó contra uno de los huelguistas del piquete que intentaba impedir su trabajo, lesionándolo gravemente en la espalda. Al día siguiente otro huelguista, Ramón Sibacini, fue herido de un balazo en la pierna por los rompehuelgas Domingo Ratti y Juan Vidal.13 El 18 de diciembre uno de los dueños de la fábrica, Emilio Vasena, disparó hiriendo al carbonero De Santis, vecino del sindicato, que se encontraba en la puerta de su casa. El 30 de diciembre el obrero pintor Domingo Castro, cuando se dirigía hacia uno de los locales anarquistas, fue baleado a sangre fría en la calle por el policía Oscar Ropts, muriendo al día siguiente. El 1 de enero de 1919, el huelguista Constantino Otero fue herido de bala por un rompehuelgas.
El 3 de enero, al cumplirse un mes del inicio de la huelga, la policía cambió de actitud y se involucró por primera vez de lleno en los enfrentamientos armados, participando en una balacera generalizada frente al local sindical de Amancio Alcorta y Pepirí, resultando gravemente herida la vecina Flora Santos, así como Juan Balestrassi y Vicente Velatti, que se encontraban en el área jugando a las bochas.
El 7 de enero
Nuevamente en la esquina de Pepirí y Amancio Alcorta donde estaba el local sindical (Alcorta 3483), aproximadamente a las 15:30, más de cien policías y bomberos armados con fusiles Mauser, apoyados por rompehuelgas armados con fusiles y carabinas Winchester, dispararon contra las casas de madera, los huelguistas y los vecinos. Durante casi dos horas se dispararon cerca de dos mil proyectiles. Una gran parte de las fuerzas de seguridad ya estaban apostadas desde mucho antes en el techo de la escuela La Banderita, ubicada en la esquina mencionada, y en la fábrica textil Bozalla, ubicada frente al local sindical, que también estaba en huelga. Entre las fuerzas atacantes estaba incluso uno de los dueños de la empresa, Emilio Vasena.
El cronista del diario socialista La Vanguardia describió el panorama con el que se encontró al llegar al lugar, con estas palabras:
"Hay que ver cómo están las paredes, puertas, vidrieras y el interior de las casas. Unos obreros nos dijeron que, para librar a sus hijos de las balas, los hicieron esconderse en el piso debajo de las camas. Casi todas las paredes de esas construcciones son de madera, de modo que las balas las atraviesan con facilidad. Con mayor razón si los disparos se hacían de pocos metros de distancia. En una casa frente a la escuela, una bala atravesó tres paredes, rompió el espejo de un ropero, atravesó las ropas y se incrustó en la pared. Hay habitaciones interiores en esas casas que tienen balas incrustadas a 50 cm del piso, lo que probaría que esos proyectiles se han disparado desde la azotea de la escuela".
Como resultado del ataque murieron Toribio Barrios, español de 50 años, asesinado a sablazos en la calle; Santiago Gómez, argentino de 32 años, asesinado dentro de una fonda; Juan Fiorini, argentino de 18 años, asesinado en su casa mientras tomaba mate con su madre; Miguel Britos, argentino de 32 años; y Eduardo Basualdo, de 42 años, que moriría al día siguiente. Ninguno de ellos era empleado de Vasena. Las personas heridas de bala superaron las treinta, entre ellas Irene Orso o Curso, italiana de 55 años; Segundo Radice, italiano de 54 años; Basilio o Cecilio Arce, argentino de 48 años; Miguel Ala, turco de 19 años; José Salgueiro, argentino de 18 años; Pedro Velardi, italiano de 29 años; Martín Pérez, español de 48 años; Humberto Pérez, argentino de 22 años; José Ladotta, italiano de 55 años; José Santos, portugués de 46 años; y Gabino Díaz, argentino de 40 años.
Miércoles 8 de enero: fracasa la negociación
El 8 de enero
El conflicto se generalizó, el precario acuerdo alcanzado en Vasena se cayó y el optimismo que el gobierno había manifestado la noche anterior se diluyó rápidamente.
Durante la mañana todas las fábricas y establecimientos metalúrgicos de la ciudad suspendieron las tareas, mientras que decenas de sindicatos de las dos FORAs repudiaron la matanza y declararon huelgas para concurrir al entierro de los muertos, que se realizaría al día siguiente: calzado, construcción, choferes, construcciones navales, tabaco, curtidores, toneleros, molineros, tejido, constructores de carruajes, tapiceros, estatales, etcétera. Adicionalmente, la huelga marítima declarada el día anterior se extendió a los demás puertos del país y la Federación Obrera Marítima (FOM) convocó a acompañar el cortejo.
El 9 de enero
Buenos Aires quedó casi completamente paralizada, a excepción de los trenes que traían multitudes desde las áreas suburbanas para sumarse al cortejo fúnebre. Hubo barricadas, piquetes, cortes de los cables de los tranvías, comisiones obreras recorriendo los lugares de trabajo, sin subtes ni canillitas, etcétera. Esa misma tarde el diario La Razón describía así el estado de situación a la mañana:
"Todo el perímetro comprendido entre las calles Boedo, Cochabamba, Entre Ríos y Rivadavia, estaba ya, horas antes del pasaje del cortejo, invadido por la muchedumbre. Los grupos se formaban sobre las veredas, los balcones, las terrazas, puertas y ventanas. Un estado de sobreexcitación en ese grande y popular barrio metropolitano, como nunca antes había habido. No circulaba ni un solo tranvía, carro o vehículo… Barrios obreros por excelencia, muchos trabajadores de los dos sexos esperaban en las esquinas, con flores en la mano para arrojarlas al pasaje del cortejo fúnebre. Luego de dar una vuelta por las inmediaciones, pudimos verificar la ausencia total de policías. El orden, sin embargo, era absoluto: ningún hecho se registró por falta de los obreros en huelga"
7 de enero de 1919: foto de la multitud agolpada ante el local sindical metalúrgico de Alcorta 3483, mientras se realizaba el velorio de las víctimas de la masacre cometida en ese lugar pocas horas antes.
Los Vasena, el directorio de la empresa y varios dirigentes de la Asociación Nacional del Trabajo se habían atrincherado en la fábrica, custodiados por 300 hombres armados de la mencionada organización parapolicial.27 Por esa razón, el embajador inglés Reginald Tower y el presidente de la Asociación Nacional del Trabajo y la Sociedad Rural Argentina Joaquín de Anchorena fueron a la Casa Rosada a reclamar fuerzas policiales y decisiones enérgicas para defender el establecimiento, que ya empezaba a estar rodeado de obreros y a ser bloqueado por el levantamiento de barricadas en las esquinas. El gabinete presidencial debatió la posibilidad de decretar el estado de sitio, pero Yrigoyen decidió no hacerlo, esperanzado aún en lograr una mediación exitosa en el conflicto de Vasena que atemperara los ánimos.
Familiares de los muertos de luto, durante el velorio en el local del sindicato metalúrgico, el día 8 de enero de 1919.
A las 2 de la tarde el multitudinario cortejo fúnebre partió del local sindical ubicado en el cruce de Amancio Alcorta y Pepirí, hacia el cementerio de Chacarita. La columna estaba encabezada por una vanguardia de 150 anarquistas armados que se fue ampliando con el saqueo de las armerías que se encontraban en el camino.
La columna marchó por La Rioja hasta la fábrica Vasena, donde se encontró con la columna socialista. Allí se produjo una enorme confrontación armada con los guardias que custodiaban la empresa y sus dueños. Los manifestantes intentaron en vano prender fuego al portón de hierro de la entrada y a los forrajes para los caballos, como se ve en algunas fotografías. Los enfrentamientos en la zona de la fábrica dejaron un número indeterminado de muertos y heridos. Oddone menciona que al centro socialista del barrio (circunscripción 8ª) fueron llevados cinco cadáveres
El multitudinario cortejo fúnebre del 9 de enero para enterrar a los muertos de la masacre del 7 desencadenaría nuevos enfrentamientos con decenas de obreros muertos.
Una de las primeras medidas del general Dellepiane fue instalar dos ametralladoras sobre la calle Cochabamba para defender la fábrica de Vasena.
Al enterarse de lo que sucedía en los talleres de Vasena, el ministro de Guerra y nuevo jefe de Policía Elpidio González y el comisario inspector Justino Toranzo, se dirigieron en auto hacia la empresa. Pero el auto fue detenido por los manifestantes a pocas cuadras de la empresa, siendo obligados a bajarse, mientras los huelguistas quemaban el vehículo, teniendo que volver caminando al cuartel de policía. Según el comisario e historiador policial Adolfo Enrique Rodríguez, en esta acción murió -sin indicar de qué modo- el subteniente Antonio Marotta, comandante de un pelotón de fusileros que habría estado encargado de la protección de González. Ningún investigador de la Semana Trágica, ni los diarios de la época, mencionan la muerte del subteniente Marotta, ni tampoco su entierro, que debió haberse realizado en esos días. El Diario, en su edición de ese día, hace mención puntual del incidente y el cronista transcribe las palabras del comisario Toranzo a los huelguistas: "¡Somos dos hombres solos!"
La mayor parte del cortejo rodeó la fábrica y siguió hacia el cementerio con algunos incidentes, y al llegar a la Iglesia de Jesús Sacramentado, en Corrientes 4433, casi esquina Yatay, a eso de las 4 de la tarde, se produjo otro choque sangriento con los bomberos que custodiaban el templo, mientras que parte de la manifestación incendiaba parcialmente la iglesia.
El sindicalista revolucionario Sebastián Marotta era el secretario general de la FORA del IX Congreso durante la Semana Trágica.
Raleados por la violencia, algunos cientos de manifestantes lograron abrirse paso hasta llegar al cementerio. Pero para entonces el gobierno había dado órdenes de disolver la manifestación en el cementerio, donde ya se habían parapetado un regimiento de infantería y varios agentes policiales al mando del capitán Luis A. Cafferata. Mientras se pronunciaban los discursos, las fuerzas de represión descargaron los fusiles a mansalva contra los familiares y militantes presentes, disolviendo la manifestación y dejando un tendal de muertos y heridos adicionales, mientras que los cuatro cadáveres de la masacre del 7 de enero quedaron insepultos. El diario La Prensa contabilizó doce muertos en el cementerio, entre ellos dos mujeres, mientras que La Vanguardia contabilizó cincuenta. Todos los cronistas coincidieron en señalar que no hubo bajas entre las fuerzas de seguridad.
Al promediar la tarde Yrigoyen ya había decidido reprimir con el Ejército, militarizando la ciudad y encomendando la tarea al general Dellepiane, a quien nombró como comandante militar de Buenos Aires. A las seis de la tarde Dellepiane había instalado dos baterías de ametralladoras pesadas sobre Cochabamba, en una de las esquinas de la fábrica, ordenando fuego continuo durante más de una hora.
Una de las primeras medidas del general Dellepiane fue instalar dos ametralladoras sobre la calle Cochabamba para defender la fábrica de Vasena.
La cantidad de muertos ese día fue de varias decenas, sin que hayan podido ser precisados: el socialista Oddone verificó el registro de 39 muertos en los hospitales esa misma noche; el diario radical La Época informó sobre 45 muertos y 119 heridos; el Buenos Aires Herald, diario de la colectividad británica en Buenos Aires, contabilizó 80 muertos.
Ante la cantidad de muertos, inédita en la historia del sindicalismo argentino, esa noche la FORA IX sacó una resolución por la que dispuso "asumir la conducción del movimiento de la capital federal" y convocar a una reunión urgente de secretarios generales al día siguiente para definir los pasos a seguir. Por su parte, el periódico anarquista La Protesta publicaría sus conclusiones sobre la jornada del 9: "el pueblo está para la revolución".
Esa noche las fuerzas sindicales fijarían posiciones. La Federación Obrera Ferroviaria (FOF), el sindicato más poderoso del país, declaró la huelga en todo el país reclamando la reincorporación de los trabajadores despedidos en las famosas huelgas iniciadas el año anterior. La FORA del IX Congreso dispuso priorizar como objetivo los reclamos establecidos en los petitorios de huelga de los metalúrgicos de Vasena y de los ferroviarios. La FORA del V Congreso decidió continuar "por tiempo indeterminado" la huelga general, dándole a partir de ahora el carácter de "revolucionaria" y estableciendo como objetivo de la misma obtener la libertad de Simón Radowitsky -condenado por el homicidio del exjefe de policía Ramón Falcón-, Apolinario Barrera -preso por haber organizado una frustrada fuga de Radowitsky- y los demás presos políticos y sociales, mayoritariamente anarquistas. La Protesta dejó de salir y tanto la FORA V como los principales dirigentes anarquistas pasaron a la clandestinidad.
Una vez recuperado el control de la ciudad y con las primeras sombras de la noche se desató lo que se conoció como "el terror blanco", que se extendería los próximos tres días, ya no solo por las fuerzas militares y policiales, sino ahora también por grupos civiles de jóvenes de clase alta identificados como "patriotas".
En el Centro Naval se crearía ese día la Comisión Pro Defensores del Orden, una organización parapolicial de extrema derecha e ideología fascista, liderada por influyentes militares, curas, empresarios y políticos radicales y conservadores, que pocos días después cambiaría su nombre por Liga Patriótica Argentina. Entre las personalidades que arengaron a los jóvenes de clase alta para salir a la calle y reprimir a los huelguistas se encontraba el dirigente radical y abogado de Pedro Vasena e Hijos, Leopoldo Melo.
El terror blanco tuvo como objetivo expreso reprimir y matar a los "judíos" y "rusos" ("mueran los judíos" fue uno de los lemas más utilizados), "maximalistas", "bolcheviques" y "anarquistas", extendiéndose también a extranjeros, sindicalistas y obreros en general. Al día siguiente el diario La Nación informaba que esa misma noche el general Dellepiane había anunciado a la prensa que el objetivo del gobierno era "hacer un escarmiento que se recordará durante 50 años".
Esa noche el gobierno comunicó a la prensa que los huelguistas anarquistas habían intentado "asaltar" varias comisarías, asesinando en el intento contra la 24ª al cabo Teófilo Ramírez y al agente Ángel Giusti. Silva ha estudiado en detalle ese evento y llegado a la conclusión de que no existieron tales intentos de asalto, sino que se trató de enfrentamientos entre diversos grupos de las fuerzas de represión, causados por el nerviosismo existente. Siempre según Silva, el objetivo del general Dellepiane era obligar a las corrientes sindicalista revolucionaria y socialista de la FORA IX a denunciar a los "elementos perturbadores", justificar las acciones del gobierno y ganar espacio para la escalada represiva que se iniciaría esa noche.
Sábado 11 de enero: cientos de muertos
Grupo parapolicial de la Liga Patriótica Argentina patrullando Buenos Aires durante la Semana Trágica.
En la noche del 10 al 11 de enero se intensificó la represión. Las fuerzas de seguridad y los grupos parapoliciales "patrióticos" fascistas comenzaron a realizar cientos de razzias ingresando a los domicilios particulares sin autorización judicial, asesinando y golpeando a sus ocupantes, violando a las mujeres y niñas, destruyendo bienes y quemando libros. "Meterse, meterse en nuestras casas... Meterse era pisar... Meterse era violar".
Por la mañana la ciudad seguía paralizada pero la población comenzaba a sentir el desgaste que generaba el conflicto. Las fuerzas represivas continuaron todo el día y los dos días subsiguientes actuando sin limitaciones de ningún tipo. A los objetivos obreros se habían sumado ahora los objetivos judíos y en menor medida catalanes. "La caza del ruso" ("ruso" en el argot argentino es un sinónimo habitualmente despectivo de "judío"), como se conoció el único pogromo de la historia en suelo americano, arrasó el barrio judío del Once y dio origen a una siniestra expresión que subsiste en el habla argentina hasta el presente: "yo, argentino", frase con que las personas judías suplicaban para no ser asesinadas. El apoyo a los actos criminales de los grupos fascistas fue una parte sustancial del plan represivo del gobierno. El propio general Dellepiane dio órdenes terminantes de “contener toda manifestación o reagrupamiento con excepción de los patrióticos”.
Un testigo describió la impunidad represiva que reinaba en la ciudad ese día:
"El ruido de los muebles y cajones violentamente arrojados a la calle se mezclaba con gritos de ‘mueran los judíos’. Cada tanto pasaban a mi vera viejos barbudos y mujeres desgreñadas. Nunca olvidaré el rostro cárdeno y la mirada suplicante de uno de ellos, al que arrastraban un par de mozalbetes, así como el de un niño sollozante que se aferraba a la vieja levita negra, ya desgarrada. (...) En medio de la calle ardían pilas con libros y trastos viejos, entre los cuales podían reconocerse sillas, mesas y otros enseres domésticos, y las llamas iluminaban tétricamente la noche, destacando con rojizo resplandor los rostros de una multitud gesticulante y estremecida. Se luchaba dentro y fuera de los edificios; vi allí dentro a un comerciante judío. El cruel castigo se hacía extensivo a otros hogares hebreos"
El escritor Juan José de Soiza Reilly describió también lo que vio ese día en el Once:
"Ancianos cuyas barbas fueron arrancadas; uno de ellos levantó su camiseta para mostrarnos dos sangrantes costillas que salían de la piel como dos agujas. Dos niñas de catorce o quince años contaron llorando que habían perdido entre las fieras el tesoro santo de la inmaculada; a una que se había resistido, le partieron la mano derecha de un hachazo. He visto obreros judíos con ambas piernas rotas en astillas, rotas a patadas contra el cordón. Y todo esto hecho por pistoleros llevando la bandera argentina"
Pinie Wald, director del periódico Avantgard, detenido y torturado por el gobierno, describiría años después en su libro Pesadilla (1929) lo que estaba sucediendo:
"Salvajes eran las manifestaciones de los 'niños bien' de la Liga Patriótica, que marchaban pidiendo la muerte de los maximalistas, los judíos y demás extranjeros. Refinados, sádicos, torturaban y programaban orgías. Un judío fue detenido y luego de los primeros golpes comenzó a brotar un chorro de sangre de su boca. Acto seguido le ordenaron cantar el Himno Nacional y, como no lo sabía porque recién había llegado al país, lo liquidaron en el acto. No seleccionaban: pegaban y mataban a todos los barbudos que parecían judíos y encontraban a mano. Así pescaron un transeúnte: 'Gritá que sos un maximalista'. 'No lo soy' suplicó. Un minuto después yacía tendido en el suelo en el charco de su propia sangre"
Con ese escenario de fondo y mientras la matanza alcanzaba su pico, el presidente Hipólito Yrigoyen convocó por la tarde a la FORA del IX Congreso, encabezada por su secretario general Sebastián Marotta, y a Alfredo Vasena -que concurrió acompañado del embajador inglés- a la Casa Rosada para imponerles el levantamiento de la huelga a la central sindical y la aceptación del pliego de huelga al presidente de la empresa. El gobierno pondría en libertad también a todos los detenidos, con excepción de aquellos condenados por delitos graves, entre los que se encontraba Radowitsky.
La FORA IX dispuso entonces "dar por terminado el movimiento recomendando a todos los huelguistas de inmediato la vuelta al trabajo".
Domingo 12 de enero: supuesto sóviet ruso-judío[editar]
Pese al acuerdo mediado por el presidente Yrigoyen y a la resolución de la FORA IX del día anterior, dando por "terminado el movimiento", la huelga general continuó. La huelga se había extendido a otras ciudades del país (Rosario, Mar del Plata, San Fernando, San Pedro, Santa Fe, Tucumán, Mendoza y Córdoba), impulsada incluso por sindicatos y secciones de la FORA IX. En Buenos Aires la actividad se recuperó parcialmente por la tarde.
El sindicato metalúrgico sacó un comunicado diciendo que no habían formado parte de las negociaciones, que nadie les había hecho llegar una copia del supuesto acuerdo con Vasena y que se desconocía el paradero del propio Vasena, razón por la cual anunciaban que la huelga en los talleres no podía ser levantada.
Durante todo el día las fuerzas policiales y parapoliciales continuaron realizando acciones criminales y detenciones en toda la ciudad. Decenas de miles de ciudadanos estaban detenidos, saturando las cárceles y comisarías. El gobierno decidió entonces poner en marcha una operación para hacer creer a la población que las protestas sindicales habían sido parte de una conspiración internacional ruso-judía para establecer un régimen soviético en la Argentina.
Como parte de esa operación fue detenido el periodista Pinie Wald, su novia Rosa Weinstein, Juan Zelestuk y Sergio Suslow. El gobierno anunció que Wald era el "dictador maximalista" del futuro soviet argentino y que Zelestuk y Suslow eran, respectivamente, su jefe de policía y su ministro de Guerra. A pesar de la inverosimilitud de la noticia, los principales diarios del país le dieron amplia cobertura y garantizaron su seriedad. Wald y los demás detenidos fueron severamente torturados hasta el punto de dejarlos al borde de la muerte. "Por ese motivo, al día siguiente la prensa –para cubrir a la policía– daba a Wald por muerto y a Zelestuk en gravísimo estado, a consecuencia de unas supuestas «heridas recibidas» al «resistir al arresto»". Wald dejó testimonio de sus padecimientos en el libro Pesadilla, escrito en idish y traducido al español, considerado un antecedente temprano del género de la novela testimonio que se consolidará en 1957 con Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, y A sangre fría (1959), de Truman Capote. Un párrafo de la novela describe la degradación humana, definida como "pesadilla", que se había alcanzado con la Semana Trágica:
¿Qué sucedía del otro lado del muro de la cárcel? ¿Qué pasaba en la calle? ¿En la ciudad? ¿En el país? ¿En el mundo entero? ¿Acaso existía algo que no fuera violencia y asesinato? ¿Cazadores y cazados? ¿Perseguidores y perseguidos? ¿Los que golpean y los golpeados? ¿Asesinos y asesinados? ¿Acaso existía algo fuera de bomberos armados y presos martirizados que esperaban su muerte...? ¿Dónde estaban los miles y miles de presos que había visto el día anterior? ¿O era un sueño atroz, una pesadilla al fin de cuentas?
Pinie Wald, Pesadilla
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